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De "Sí se puede" a "Sí, pero no"

febrero-marzo de 2010 | página 2

A UN año del mandato de Barack Obama, un hecho que simboliza la brecha entre las posibilidades que su elección representó y la frustrante realidad de hoy es el Premio Nobel por la Paz que el presidente en guerra recientemente aceptó.

Ahí estaba el hombre debe su éxito electoral, al menos durante las primarías demócratas, a la percepción de que él era candidato anti-guerra, pero ahora, aceptando el Nobel una semana después que haber anunciado sus planes para escalar la guerra en Afganistán, con una segunda ola de 50,000 tropas para la ocupación

Si su meta fue ganar la aprobación de los Republicanos más conservadores -los que lo acusan de "pasar el tiempo con terroristas" o no creen que es un ciudadano de EE.UU.-- Obama logró ese objetivo. "Me gustó lo que dijo," comentó Sarah Palin. Newt Gingrich elogió "un discurso histórico."

Pero entre los simpatizantes de Obama hay mucha decepción. El comentarista Garry Wills escribió:

Aunque [Obama] habló de un compromiso más grande con Afganistán durante su campaña, ahora él ha adoptado su propia guerra, una con todas las descalificaciones que él había criticado sobre la guerra en Irak...No puedo votar por ningún Republicano. Pero Obama no recibirá ni un centavo de mí parte, u otro comentario favorable, después de esta traición.

Sin embargo, vale la pena notar que otros prominentes liberales no tienen las mismas objeciones que Wills. Cuando Obama anunció el escalamiento bélico, el grupo anti-guerra MoveOn.org instó a sus miembros a no protestar a Obama, sino a presionar al Congreso para apoyar "una estrategia de salida militar con plazos firmes para que pronto regresen a salvo nuestras tropas."

Ante un presidente que dobla la cantidad de tropas estadounidense en una guerra que hasta algunos conservadores evalúan como un desastre, lo mejor que MoveOn.org puede exigir es "plazos firmes". Esta débil respuesta explica por qué la administración Obama no temía ninguna protesta anti-guerra cuando aprobó la propuesta del Pentágono en apoyo de la escalada militar.

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EN EL 2008, millones de personas celebraban la histórica elección de Obama. Como Obrero Socialista y otras publicaciones de la izquierda señalaron entonces, las verdaderas políticas del presidente son más conservadoras que lo que su retórica indicaba. Pero a pesar de eso, la campaña de Obama inspiró más entusiasmo por el cambio y desató expectativas más grandes que ningún otro desarrollo político en más de una generación.

Un año más tarde, la realidad ha golpeado de manera diferente. Para quienes habían proyectado sus esperanzas en Obama, casi diariamente se sienten más desilusionados y más frustrados.

Para el rescate de Wall Street, la administración adoptó en su totalidad la política que Bush había instalado al fin de su mandato. Nada acerca de la nacionalización de los bancos, nada más regulaciones sin garra acerca de límites de sueldos para ejecutivos y no regulación para los bancos.

Acerca de de la reforma al seguro de salud, la Casa Blanca partió haciendo negociaciones con las "partes interesadas" --o sea, las corporaciones médicas, de seguros y farmacéuticas --y tiró a la zanja la opción pública, una propuesta a medias para los sin seguro.

Incluso en el tema de las libertades civiles --donde parecía imposible que Obama pudiera ser peor que Bush-- la cantidad de instancias en que la Casa Blanca ha decidido continuar las políticas de Bush es mayor que las que Obama ha cambiado.

Es verdad que Obama no ha sido simplemente una copia de Bush. En junio, por ejemplo, Obama saludó el mes de orgullo LBGT con una declaración que denunció la opresión y el hostigamiento a esa comunidad.

No obstante, pocos días después, el Departamento de Justicia de Obama defendió ante un tribunal federal la Ley en Defensa del Matrimonio y la política de "no pregunte, no conteste" (en inglés: "don't ask, don't tell") dentro de las fuerzas armadas.

El Acta de Decisión Libre del Empleado (en inglés: Employee Free Choice Act), las redadas anti-inmigrantes, la legislación acerca del calentamiento global, discriminación racial, la privatización del sistema educativo --la lista de asuntos en los que Barack Obama ha desilusionado a sus simpatizantes es larguísima.

Esto muestra que Barack Obama no era el campeón de el cambio que decía ser durante la campaña, pero que era (y es) un político convencional, dedicado a proteger el status quo, como lo hacen los otros miembros del establecimiento bipartista que domina Washington.

La campaña de Obama del año pasado fue confeccionada a base de la imagen de un candidato independiente que venía de afuera de Washington, con intención de trazar una nueva dirección para el país. Pero esta imagen difería de la realidad en que el senador Obama consultaba con banqueros y empresarios.

El Secretario del Tesoro, Timothy Geithner, ejemplifica la calaña de gente que llegó al poder con la administración Obama. Sus opiniones políticas han sido forjadas por el mundo de las elites financieras y políticas donde han pasado su entera carrera.

Muchos de los que votaron por Obama desdeñan a Geithner, pero aun no critican a Obama con la misma fuerza porque creen que Obama está siendo desviado de sus intenciones por sus incompetentes asesores.

Pero dado a las concesiones que Obama ha hecho a la derecha y a la gente que él ha contratado para ser sus asesores, este argumento no tiene sentido. Sus acciones evidencian que Obama es parte del mismo sistema, dominado por las grandes empresas, que el criticaba y prometía cambiar durante su campaña.

Es importante mencionar que en el 2008, los Demócratas recibieron más fondos de algunas industrias de lo que recibieron los Republicanos, incluyendo el sector financiero. Asi, el generoso rescate económico de Wall Street, su aversión a imponer límites a las compensaciones de los ejecutivos financieros, y su vacilación a regular el sistema financiero con más firmeza, son fáciles de comprender. Es producto de los millones de dólares que Wall Street invirtió en Obama.

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EL PUNTO no es que Barack Obama es el primero en ser influenciado por el poder corporativo, sino que tanto él tiene en común con el sistema en Washington. Obama no es un reformador o un caudillo populista, sino el líder de uno de los dos partidos políticos dominantes.

Por supuesto, para ganar elecciones hay que animar a la gente para que vote. Y nadie votaría por políticos que digan la verdad sobre cómo realmente operan o a quienes prestan atención. Todos los candidatos --incluso los sinvergüenzas abiertamente partidarios de las grandes empresas-- hablan acerca de "servir al pueblo" y mejorar las condiciones de la gente común.

Hasta ahora, Obama no ha enfrentado casi ninguna presión desde abajo. Las influencias para formar su agenda gobernante han venido de Wall Street, de las grandes corporaciones y del establecimiento político.

Al mismo tiempo, el descontento con la avaricia de los banqueros y los desastres causados por el capitalismo han aumentado desde el día de la elección de 2008. La clase trabajadora está aguantando la mayoría del dolor de la crisis que Wall Street precipitó, mientras los banqueros siguen celebrando su retorno a la prosperidad.

La cuestión más importante es cuándo y cómo este descontento va a ser convertido en lucha o militancia política.

La rabia con el sistema --y con Barack Obama en su papel de rostro del sistema-- debe ser convertida en acción política. La lucha venidera depende de que la gente reconozca lo que el historiador Howard Zinn una vez escribió:

Lo realmente crítico no es quien toma la Casa Blanca, sino quien se toma las calles, las cafeterías, las sedes de gobierno, las fábricas. El que protesta, ocupa las oficinas y se manifiesta-- esos serán quienes determinen que ocurrirá."

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